Los
callejones: antiguas vÃas de mis abuelos y también mÃas.
“…..los viejos senderos retorcidos que el pie desde la infancia sin
tregua recorrió…..”. “….caminos que azotaba el viento al paso alegre del
campesino….”
Estos fragmentos de grandes poetas abren mi memoria y
a la vez me llenan de una gran
melancolÃa por mis viejos caminos que me conducÃan al
mar, al rÃo, a la quebrada, a casa de mis abuelos maternos.
Frágiles pieles
de tierra bajo el dominio del sol, el agua y el viento. Angosto y largo espacio
que sólo podÃa moverse hacia adelante y hacia atrás; hacia los lados era
imposible, porque los desfiles de piñuelas lo aguijoneaban con sus innumerables
púas. Sin embargo, corrÃa y corrÃa mientras una quebrada o rÃo lo trataba de
desgarrar.
Delgados y viejos
caminos que en la estación seca, con una capa de polvo cubrÃan sus heridas,
polvo que se convertÃa en pizarra para que una iguana o culebra trazara una
lÃnea que el viento o el raudo galope de un caballo, o quizás, una bandada de
perdices fuera quien lo hiciera, al tratar de desparasitarse. Polvareda en la
que era plasmado por las palomas titibú o por las pequeñas tortolitas, un
sÃmbolo parecido al de los “hippies”.
Caminos bajo
frondosos árboles, que en época de lluvias, se hacÃan más delgados porque la
hierba de un lado querÃa abrazar a la del otro. Su capa de polvo se
transformaba en lodo y todo ser que lo pisara, esculpÃa una figura que otro
borrarÃa al pasar. En torrenciales aguaceros se convertÃa en un efÃmero rÃo,
cuyas aguas se detenÃan a descansar en hondonadas, para luego convertirse en un
centro de maternidad de las ranas y sapos.
Senderos
retorcidos y ondeados por los caprichos del terreno. Limitados por dos lÃneas
paralelas que se internaban en la tierra, producto de las carretas. ParecÃa que
los bueyes jugaban a borrar la huella de las otras carretas, se revivÃan con
las lluvias y desaparecÃan con la sequÃa.
Trillos que en
muchos años no recibieron maquillaje por un tractor de orugas o tatuajes de tractores
de llantas de hule. Caminos que nacieron sin la magia de un ingeniero. Fueron
fieles testigos de la saloma de un campesino que pensaba en su amada, testigos
de los inaudibles lamentos de una yunta de bueyes, para los que no habÃa un
dios que los protegiera de esa eterna esclavitud.
También oyeron
la respiración ansiosa de un niño que llevaba en sus hombros viandas de arroz
con frijoles, carne frita y tajadas de plátanos, para el padre que laboraba de
sol a sol.
Hoy muchos yacen
bajo una lápida de asfalto, le han quitado el último espacio para respirar, no
verán el sol, el cielo ni se bañarán con las lluvias. Son cadáveres vivos. Jamás volveremos a grabar nuestras huellas en
la polvareda o en el lodazal.
No hay comentarios:
Publicar un comentario